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Es sorprendente ver en qué medida se han vuelto tradicionalistas los vértices de la iglesia católica tras Wojtyla y Ratzinger que hoy hasta Jorge Bergoglia parece progresista y tal vez lo sea.
El pasado no lo absuelve, ni siquiera Dios puede modificar la historia. Bergoglio y los vértices de la iglesia argentina han sido cómplices de uno de los regímenes más despiadados e inhumanos del siglo XX. Se jactaban de haber eliminado a los subversivos con una “muerte cristiana’, arrojándolos al mar para separar la hierba buena de la mala. Quizás el futuro nos demuestre, ojalá así sea, que también él puede cambiar y no ser una consecuencia de aquél pasado. Puede convertirse en un buen papa, pero en algún momento deberá reconocerse en su pasado. Bergoglio sigue la misma línea que la curia argentina, la cual nunca ha hecho autocrítica de su apoyo a la dictadura militar. Las instituciones, así como los individuos singulares, tienen que asumir con claridad la propia historia. Es el primer paso, ineludible.
La sociedad italiana necesitaba un papa bueno y aquí lo tiene. En él está depositado todo el Bien posible, un Bien absoluto y fuera del mundo ya que es una investidura divina. No se habla de otra cosa. Si la realidad es una construcción social, la instalación de aquélla del nuevo pontífice ha comenzado en forma grandiosa, intentando descubrir en gestos, palabras y silencios, lo que se deseaba percibir.
Bergoglio posee un pasado tradicionalista, en política había asumido una posición neta, por lo que no es difícil colocarlo. De joven era miembro de la Guardia de Hierro, un grupo peronista de extrema derecha. Si el peronismo es un fenómeno de difícil definición, la derecha no. Entre las derechas, la de Bergoglio es la populista.
¿Por qué Bergoglio? Sólo podemos hacer hipótesis. Algunos ya dicen que para frenar la oleada de la izquierda Latinoamérica, pero es mejor esperar. Leyendo a Leonardo Boff (Il Manifiesto 15 de marzo) decir que Bergoglio ha salvado a mucha gente de una muerte segura se entiende a qué se ha reducido la Teología de la Liberación tras haber sido proscrita por Ratzinger. Después de él todo deberá ser necesariamente mejor. De repente Bergoglio se ha convertido en algo demasiado potente como para oponerse a él sin correr el riesgo de quedar, otra vez más, aplastado por la historia. En el fondo, la historia no es más que una narración.
Hasta el punto de que ayer, un profesor de historia contemporánea me decía: no es posible, es hijo de emigrantes italianos, uno que llega de la nada al papado no puede tener un pasado indigno. Ahora, de repente, no se puede decir, por ejemplo, que Bergoglio (que ya no es él, sino el papa Francisco), miente acerca de su pasado. Existen principios en la realidad que hay que respetar y por principio el papa no miente. Magia. Cuando un hecho histórico no nos gusta, lo eliminamos. Magia, solo magia porque por desgracia, los testimonios de las víctimas existen y también los documentos.
No se trata de a favor o en contra, de hacer un discurso equilibrado, ecuánime, para describir una figura. Cada uno tiene un pasado, una biografía, y es responsable, esta es la modernidad. La historia es una, después se cuenta de maneras diferentes, pero no se puede decir que la historia es sólo esa narración. Los hechos nos atan a lo real. Desgraciadamente los testimonios, las torturas y los desaparecidos son reales. Demasiado reales. Los militares pendientes de proceso por crímenes contra la humanidad, que ayer en Argentina se han presentado al tribunal todos con los colores del vaticano en el pecho para celebrar el nombramiento de su amigo, lo confirman. La realidad es una construcción social pero la historia no está hecha de ficciones.
Versión original publicada en el periódico Il Manifesto el 16 de marzo de 2013.